Era sabado en la mañana, tenía frío y no exageraba al decir que era la vigésima vez en el día en que
se negaba al nuevo capricho de cierto amigo suyo.
- Vamos, Lunático, no seas así.
Como también era la vigésima vez en el día en que Sirius
Black lo miraba, con esos grandes
ojos grises (perrunos, como le gustaba pensar a Lupin).
Suspiró fingiendo molestia, aunque la verdad es que ver a su
amigo insistirle tan animado le ponía de buenas instantáneamente.
- ¿Por qué no podemos simplemente dejar esto y continuar con
nuestras vidas, Sirius? Quiero terminar con mis deberes hoy.
- Porque se me ocurrió que debes probar esto, Lunático, te
juro por la salud de mi respetable madre que no te vas a arrepentir. -Luego de
las palaras anteriormente dichas, sonrió de una forma tan inocente y brillante
que hasta el mismísimo Severus Snape habría olvidado su rivalidad y le habría rascado las orejas.
Remus Lupin entonces lo miró sonriente y Sirius celebró mentalmente
su victoria... hasta que el castaño enarcó una ceja lentamente. Maldición.
- Sirius.. -comenzó a decir- tú cambiarías a tu madre por una lechuza
muerta si tuvieras oportunidad... creo que no es el mejor argumento que hayas usado
alguna vez en tu vida.
Punto para Lupin, maldición.
- Hasta por un pañuelo usado la cambiaría, Lunático. -le atajó con una mueca de asco- Ahora
que volvemos a ser completamente honestos, créeme que te va a gustar tanto que cambiarás tu enjuague
de plantas muggle por esto. -Le dedicó una sonrisa juguetona mientras iba a buscar algo.
- Se llama té, Sirius -le corrigió Remus, siguiéndolo curioso
con la mirada-. Y no es un enjuague de plantas. -Sirius volvía con una taza
entre sus manos- Además, a mí me gusta.
-terminó esta frase casi en un suspiro.
- Sí, sí, como sea. Prueba esto.
Los ojos del castaño se encontraron con los grises de Black.
- Gracias, pero creo que paso esta vez -se recostó en su
cama e hizo el ademán de tomar un libro hasta que Sirius se interpuso en su
camino. La primera vez que aceptó un bebestible de su amigo, terminó jugando ajedrez mágico en calzoncillos contra James en el campo de Quidditch a las 4 am. (Su peor gripe desde que nació).
- Por favorrrrrrrrrrrrrr, Lupin, hazlo por mí, mi peludo amigo que me ama y sabe
que no le haría nada malo a menos de que valiera absolutamente la pena -batió sus pestañas,
cual quinceañera y luego le guiñó un ojo mientras le pasaba la taza. Lupin se
rindió.
No había forma de
discutir con Sirius cuando se ponía así.
- ¿Qué es?
- Mokaccino le dicen, mi estimado Lupin -puntualizó
dramáticamente mientras apoyaba la cabeza en las piernas del castaño, victorioso.
- Huele a café, sabes que no me gusta el café -arrugó la
nariz y vio inquisitivamente al hombre que lo miraba divertido.
- Tampoco te gustaba que te dijéramos Lunático. Ya, menos
charla y lo pruebas, Lupin.
Remus volvió a oler la taza antes de llevársela a los
labios. Sí, era café, pero sentía un olor familiar entre la amargura del
brebaje. Dio un sorbo y sonrió emocionado.
- ¿Tiene chocolate, Sirius?.
Una sonrisa apareció en la cara de ambos.
- No tienes idea de los malabares que tuve que hacer para
que Evans y Colagusano no me siguieran- Remus no
pudo evitar imaginarse a Sirius insultando a Peter y reclamándole a James que
se llevara a su esposa histérica lejos.
Probablemente fue eso lo que
ocurrió.
Antes de que alcanzaran a decir algo más, James entró
exigiendo la presencia de Sirius en el campo de Quidditch y Sirius salió, avisando
que debía buscar la forma de compensar su heroico y valiente esfuerzo de encontrarle
una bebida que no supiera a calcetines remojados con leche.
En el fondo, Remus sabía que las intenciones de Sirius no eran tan nobles; probablemente aspiraba a
robarle su café por siempre; pero no era problema, después de
todo Sirius le juró una vez que sus intenciones no serían buenas... Y
Remus estaba totalmente de acuerdo con ello.